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Der unvermeidliche Wandel
Umfrage: Welches Szenario für einen Wandel nach Castro haltet ihr für wahrscheinlich?
La inevitable transición – Der unvermeidliche Wandel
Dass die Castro-Diktatur nicht ewig dauern wird, ist klar. Dass die wirtschaftlichen und sozialen Umstände unhaltbar sind, ebenfalls.
Die Polarisierung einer „Wahl“ zwischen Sozialismus a lo cubano mit 3 USD Einkommen sowie einigen Päckchen Reis sowie einem „amerikanischen“ Miami-Mafia-Gusano-Wild-West-Szenario ist kindisch und naiv.
In diesem Thread werden folgende Übergangsmodelle vorgestellt:
La trampa del miedo – Die Angstfalle des Tyrannen – EINLEITUNG
- Una transición dirigida por Castro (el modelo chileno) – Der geplante Wandel - das chilenische Modell
- La revolución de palacio (el modelo tunecino) – Die Palastrevolution – das tunesische Modell
- El caos (el modelo haitiano) – Das Chaos – das haitianische Modell
- La sucesión dinástica (el modelo norcoreano) – Die dynastische Nachfolge – das nordkoreanische Modell
- La junta político-militar (el modelo argelino) – Die Militärjunta – das algerische Modell
Welcher Übergang ist der Beste? – Bitte abstimmen!
Die Angstfalle
Mi señor, ¿qué habéis hecho con el cadáver? WILLIAM SHAKESPEARE, Hamlet
Es obvio que Fidel Castro no quiere enterarse, pero el hecho salta a la vista: el poscastrismo ya comenzó. Como última trinchera tropical del marxismo-leninismo, Cuba tan sólo goza de una existencia virtual desde la legalización del dólar en 1993, el mismo día del cumpleaños del Máximo Líder. A partir de aquel instante, el régimen cubano entró en otra dimensión, otra estrategia. Aguantar, a toda costa, hasta el final. El final, sí, pero ¿hasta cuándo? Esta pregunta es la única que cuenta hoy en Cuba, y el destino de cada uno está determinado por la respuesta que le dé. Unos se hunden en la desesperación, algunos se lanzan al mar en una balsa, otros —cada vez menos numerosos— se afilian al Partido Comunista. La mayoría aguanta y se contenta con sobrevivir. Todos saben que el régimen es mortal. Apparátchiks, disidentes y militantes católicos comparten paradójicamente una misma preocupación: aprovechar ese tiempo suspendido, entre el poscastrismo y la era pos-castro, para preparar el futuro, para subirse al tren de la historia cuando vuelva a ponerse en marcha, dejando por fin la vía muerta donde se había atascado.
La trampa del miedo – Die Angstfalle des Tyrannen
En la actualidad, Cuba está atrapada en la trampa del miedo. Un miedo difuso pero tenaz, de esos que están presentes en el desayuno y nos atormentan de noche. Un miedo paralizante, que inhibe cual-quier cambio. Y existe para todos. A tal señor, tal honor: Fidel Castro, que teme perder el control, ha convertido la transición en una palabra tabú. Con el Muro de Berlín, el mundo se hundió bajo sus pies. Desde entonces no da pie con bola. Remienda. Abre por aquí para salvar al país de la bancarrota, vuelve a cerrar por allá para reprimir cualquier pensamiento libre y por ende, subversivo. También tiene miedo de sufrir la suerte humillante de su compadre en dictadura, el chileno Augusto Pinochet, arrestado en tierra extranjera. Esa amenaza le pareció lo suficientemente seria como para hacerlo renunciar a un viaje a Estados Unidos, donde se disponía a despotricar contra la globalización en la Cumbre del 1999 en Seattle.
Lamentable mecánico de la maquinaria totalitaria, se siente obligado a prohibir la innovación y la iniciativa, por miedo a ser barrido por las fuerzas sociales liberadas. Se trata también de azotar constantemente al tigre para poder cabalgarlo: el caso Elián se recordará sin duda como el más espectacular espasmo de agonía del régimen, por las movilizaciones con tufillo nacionalista, la verborrea llena de rencor y la delirante estrategia aplicada.
Los appardtchiks, sobre todo, tienen miedo. Se inquietan por su futuro cuando el líder haya desaparecido. Algunos sienten la tentación de traicionarlo antes de que sea demasiado tarde. Saben que están perdiendo el control, que corren el peligro de que el poder se les escurra entre los dedos cuando llegue el momento. ¿Cuándo? No se sabe. Pero las señales se multiplican. Durante una «reunión de conclusiones» celebrada en Cienfuegos, los ortodoxos del Buró Político, dirigidos por José Ramón Machado Ventura y José Ramón Balaguer Cabrera, tuvieron que admitir lo evidente: «Es en la base donde se detectan las mayores dificultades en la asimilación del papel y las funciones que le corresponde desempeñar al partido». ¡Menuda confesión después del recrudecimiento de la represión, tras cuarenta años de monopolio absoluto del poder!
Lo que es peor, la actividad militante ya no es más que una liturgia, un ritual vacío, reconoce Granma: «En no pocos núcleos persiste el enfoque y el tratamiento administrativo de los problemas; se siguen adoptando acuerdos superficiales y faltos de rigor movilizador de los colectivos [...]. En algunos núcleos no se utili-zan de manera sistemática los documentos rectores de la actividad del partido». Lo menos que puede decirse es que empiezan a perder el control. Y el líder tampoco anda muy bien. El grito de alerta se lanzó en primavera de 1997 cuando Castro desapareció durante varias semanas. En Miami empezaban ya a descorchar el champán cuando Fidel Castro volvió a aparecer, bajo una lluvia torrencial, para pronunciar un breve discurso de tres cuartos de hora con motivo del inicio del curso escolar en septiembre. «¡Imperialistas, abandonen toda esperanza!» El exordio era rimbombante, pero no bastó para hacer olvidar que realmente acababa de pasar un mal trance. Un ataque cerebral, probablemente, a juzgar por una fugitiva aparición en televisión durante el verano, en que saludaba con una mano mientras el otro brazo colgaba inerte junto al cuerpo. Desde entonces, los diplomáticos y los visitantes extranjeros confirman que algunas noches chochea bajo las miradas incómodas de sus ministros. «A veces, uno tiene la impresión de que lo han drogado y que se desmorona en cuanto empieza a desaparecer el efecto de las drogas —dice un diplomático, que añade—-: Si nosotros lo vemos, ¿qué decir de los que lo rodean?» El miedo, sí, tienen miedo de que se derrumbe súbitamente después de haberse desprestigiado ante la opinión pública cubana y los medios de comunicación internacionales por doblegarse a sus órdenes delirantes y propagar sus diatribas y sus fobias.
El miedo en las entrañas de los cubanos, claro está. Miedo a las penurias, hoy, mañana y pasado. Miedo al policía, al presidente del CDR, al soplón, al secretario del sindicato, al jefe de la oficina o del taller. Miedo de que dure la opresión, la propaganda, la escasez, el tiempo parado, la doble moneda, la doble moral, los amigos o familiares que se van. Miedo de que se acaben las escuelas, destartaladas pero para todos; los hospitales, sin medicinas pero gratuitos; la libreta de racionamiento, insuficiente pero subvencionada; las jubilaciones, miserables pero aseguradas; la vivienda, en ruinas pero barata.
Al otro lado del estrecho de Florida, no han olvidado que Castro colocó a Estados Unidos bajo la amenaza de los misiles nucleares soviéticos. En Washington no se descarta la idea de un nuevo ataque de locura. A principios del año 2000, alarmado por la extra-ña conducta de Castro, el Departamento de Estado pidió a la CÍA que actualizara el perfil psicológico del Comandante. Los responsables estadounidenses hablan de un «síndrome de hiperactividad geriátrica», recordando que Mao inició la revolución cultural a la edad de setenta y tres años. De todas formas, Estados Unidos mantiene el embargo, por temor a tener que admitir que se ha equivocado de política durante cuarenta años. Pero, sobre todo, lo que domina es el temor de ver a los cubanos lanzarse al agua por decenas, por centenares, por miles. El temor, mucho más razonable, más egoísta: el de los ricos. Todos estos miedos conjugados son el motivo de que la situación esté paralizada y no exista una preocupación seria por una transición, aun cuando ciertos individuos o grupos preparen el futuro (el suyo propio o el de su país).
Todos saben que la transición es inevitable, incluso necesaria. Algunos querrían que llegara ya, para detener el deterioro moral y económico del país; otros, por el contrario, quieren ganar tiempo. Creen que quizás no todo esté perdido, que pueden preservar, si no el statu quo, por lo menos sus privilegios. Todo dependerá de la relación de fuerzas cuando llegue el momento decisivo. Por tanto hay que tener en cuenta toda una gama de posibles modelos, sabiendo que incluso es posible el que hoy en día parece más improbable.
Una transición dirigida por Castro (el modelo chileno) – Der geplante Wandel - das chilenische Modell
«Fidel Castro es el principal obstáculo para una transición democrática y, paradójicamente, el único que puede conducir pacíficamente los cambios en la isla», explica Eduardo García Moure, quien dirige una organización sindical independiente en el exilio. Para él, si los dirigentes cubanos no han optado por encabezar ellos mismos la evolución, es porque saben que están en una posición débil y no creen tener la capacidad política de controlar el proceso. Es una hipótesis que, sin embargo, tiene muchos partidarios. El Papa en primer lugar, las diplomacias europeas y latinoamericanas, y la disidencia moderada. Incluso Alina Fernández, la propia hija de Fidel Castro nacida de su relación amorosa con Naty Revuelta, juzga que «lo ideal sería que el régimen condujera él mismo el tránsito hacia la democracia», pues «el futuro no puede detenerse». El rey Juan Carlos de España afirma: «Estamos seguros de que a esta tierra, a esta gente magnífica, llegará muy pronto ese futuro de paz y de concordia que deseamos para todos sus hijos; un futuro al alcance de la mano, un futuro de encuentro y de cercanía, un futuro en el que Cuba se abra a Cuba. Las circunstancias son favorables, las soluciones han de ser generosas», aconsejó a la hora del adiós a la isla comunista en noviembre de 1999. Dos semanas más tarde, el 2 de diciembre, el papa Juan Pablo II recibió las cartas credenciales del nuevo embajador de Cuba en la Santa Sede. El Sumo Pontífice reiteró primero su oposición a una estrategia de aislamiento internacional: «Cuba no ha de verse privada de relaciones con otros pueblos, pues éstas son indispensables para un desarrollo económico, social y cultural sano». Pero enseguida añadió: «Sería más fácil si, por su parte, Cuba favoreciera de nuevo espacios de libertad y de participación para sus habitantes, todos llamados a colaborar en la construcción de la sociedad». Y reclamó con energía «un clima de expansión y de confianza, en el cual se garanticen los derechos fundamentales de la persona, tanto para creyentes como para no creyentes».
Para Elizardo Sánchez, disidente desde principios de la década de los ochenta, «es preciso que Fidel Castro facilite el proceso de cambio, participe en él, e incluso lo lidere». Pero, ¿por qué tendría el Máximo Líder que arriesgarse a hacerlo? «Participar en un proceso de cambio permitiría a Fidel Castro preservar su leyenda de revolucionario carismático. Le permitiría también proteger su propia vida, así como la de sus afines. Como ha hecho Augusto Pinocheten Chile», explica Elizardo Sánchez, balanceándose tranquilamente en una mecedora, en la terraza de su casa en el barrio de Playa, puesta bajo estricta vigilancia («lo dejamos suelto porque aprendemos mucho al vigilar sus contactos. Esa gente habla demasiado», nos confesó un día el vocero del gobierno, Alejandro González).
Para los partidarios de este «modelo ideal», si no soñado, un elemento esencial para el éxito de la transición es el carácter gradual del proceso que llevaría a la reconciliación nacional. «Un cam-bio brusco tiene demasiados riesgos y secuelas», advierte Dagoberto Valdés, de Vitral. Según él, «con una evolución progresiva no habrá regreso al pasado, ni pérdida de las conquistas de justicia social, hasta donde sea posible en el entorno internacional y económico en el que Cuba se encuentra». Y el militante católico añade que hay que desarrollar un verdadero programa, cuya primera etapa sería «el reconocimiento oficial de las minorías políticas y de su aporte al perfeccionamiento de nuestra democracia». «La dimensión política de la democracia debe avanzar en Cuba con el reconocimiento de las minorías como interlocutores válidos, y fomentar cambios constitucionales que permitan superar la situación de "dictadura del proletariado". El perfeccionamiento político debe ir al mismo ritmo que el perfeccionamiento económico y que el mejoramiento de las relaciones internacionales. Si en economía y en estas relaciones se reconoce y respeta a grupos humanos y países con distinto credo político y se dialoga con ellos, ¿por qué no reconocer, respetar a los que tienen diverso credo político dentro del país y dialogar con ellos?», argumenta Dagoberto Valdés.
«A la mesa de negociación debe sentarse el gobierno porque tiene el control total de la sociedad» y la «responsabilidad histórica» en la solución de «esta crisis», afirman cinco organizaciones disidentes reunidas en torno a una Mesa de Reflexión de la Oposición Moderada en una plataforma adoptada en septiembre de 1999. La mayoría de los disidentes de la isla se encuentran, hoy por hoy, en esta línea. No obstante advierten, escarmentados al igual que el Vaticano y las democracias, que en 1999 Fidel Castro cortó de raíz toda idea de cambio. «Cualquier línea política que se proponga una solución para el país puede encontrarla. Basta sólo con que se lo proponga, cosa que no está haciendo el Partido Comunista», lamenta Manuel Cuesta Morúa, dirigente de la Corriente Democrática Socialista Cubana y participante en la Mesa de Reflexión de la Oposición Moderada. Los miembros de esta coalición se cansaron de esperar una respuesta a la invitación que hicieron al jefe de Estado para que participara en un proyecto de apertura democrática. A principios del año 2000 anunciaron públicamente su intención de hacer «proselitismo» para su programa de transición. «Somos moderados en cuanto a que queremos que la transición se haga de forma gradual, pacífica, no traumática y con la participación del gobierno, pero estamos convencidos de que tenemos derecho a existir como organizaciones opositoras dentro del país. Somos moderados en los medios, no en los fines», explicó Osvaldo Alfonso, presidente del Partido Liberal Democrático, uno de los integrantes de la coalición disidente.
La revolución de palacio (el modelo tunecino) – Die Palastrevolution – das tunesische Modell
La tentación de un golpe de Estado en vida de Castro tampoco falta en Cuba. Incluso cabría decir que son muchos los que tienen buenas razones para embarcarse en semejante aventura. Por miedo a tener que sufrir el cambio, es posible que algunos «pinchos» y «mayimbes» (la versión tropical de los apparátchiks militares y civiles) puedan querer precipitar ellos mismos el movimiento, con la esperanza de controlarlo. La Historia es también a menudo el encuentro entre los hombres y la ocasión.
La destitución por «senilidad» del presidente Habib Bour-guiba, a la edad de ochenta y cuatro años, que llevó a cabo en 1987 el actual presidente tunecino Zine El Abidine Ben Ali, da una idea bastante precisa de la revolución de palacio que podría tener lugar en La Habana. Sin duda, al igual que en Túnez, ésta podría contar con un amplio apoyo popular inicial si el asunto se llevara bien. Incluso el perfil del golpista magrebí —un capitán general que empezó su carrera en ía seguridad militar, ex ministro del Interior y primer ministro del jefe de Estado depuesto— es perfectamente transferible al Caribe socialista. E igualmente cabe temer una evolución similar de un régimen surgido de un golpe de Estado: la simple sustitución de un dictador por otro más joven, que aprovecha el partido único y el aparato represivo de su predecesor para asentar su poder personal.
El más célebre de los complots conocidos es el que urdió el general Arnaldo Ochoa, héroe del ejército, detenido algunos días antes de su nombramiento como jefe de la región militar occidental, la de mayor peso, pues engloba a La Habana. La existencia de la conspiración nunca se ha reconocido oficialmente. Aunque el escri- tor exiliado Norberto Fuentes, un allegado al general fusilado, refutó la tesis de la conjuración, ésta ha sido atestiguada por numerosos testimonios parciales pero concordantes, algunos de los cuales recogimos nosotros directamente en Cuba. El montaje del proceso del general Ochoa y, sobre todo, su ignominiosa ejecución tenían por objeto, no sólo castigarlo y desacreditarlo, sino aterrorizar a cuantos sintieran la tentación de seguir su ejemplo.
Uno de los documentos más asombrosos difundidos a la sazón por la televisión cubana es sin duda la escena de la votación en el Consejo de Estado, presidido por Fidel Castro, para confirmar por unanimidad la sentencia de muerte. Bajo una luz macilenta, la cámara gira lentamente en torno a la larga mesa del Consejo, reunido en el Palacio de la Revolución, mostrándonos el rostro de cada uno de los participantes, claramente identificable (Carlos Lage y Roberto Robaina asombran por su juventud). Es un pacto mafioso. Desde entonces, la composición del Consejo de Estado ha cambiado muy poco. El círculo de poder cubano es un círculo de sangre, sellado por la condena del «gran general»; una Cosa Nostra, una sociedad de la que sólo se sale por la muerte o la traición.
En el seno del ejército, aún no se ha superado el trauma. «La figura de Ochoa todavía puede servir de emblema de oposición en las Fuerzas Armadas: su fama de general mártir puede aglutinar a los militares», nos confió un día Vladimiro Roca, que conserva relaciones con el ejército como ex piloto de caza. «Y ése, ¿por qué no se va?», murmuran a veces los oficiales, según cuentan temerosos algunos informantes. No hace falta precisar de quién hablan estos militares sediciosos imprudentes... Las purgas masivas en el ejército engrosan con regularidad los batallones de soldados descontentos y amargados, desmovilizados de las guerras de África, destituidos, licenciados con la jubilación anticipada o con el «pían pijama» (según el cual permanecen en su casa sin trabajar, pero perciben su salario). Según todos los indicios, la última de estas depuraciones, ocurrida en 1999, tuvo una amplitud difícilmente explicable, si no es por la preocupación de cortar de raíz una posible conjura. «Un oficial privado de mando no puede hacer gran cosa, pero existe el riesgo de que la masa de militares apartados se vuelva crítica, incluso de que quienes han sido echados sean más numerosos que los que se han quedado dentro...», analiza un diplomático. En consecuencia, un golpe de Estado militar tendría posibilidades de éxito. Los amotinados podrían aprovechar, por ejemplo, el pretexto de una rebelión popular, aun de escasa dimensión, provocada quizá por un incidente preparado por los propios conjurados.
Las hipótesis sobre un golpe de Estado militar para derrocar al Comandante en jefe suelen descartarse de plano: Fidel Castro sigue teniendo carisma, los servicios de seguridad son demasiado eficaces para no descubrir a tiempo una conjura, Raúl Castro está sobre aviso... No faltan argumentos, pero esta posibilidad también tiene sus adeptos. Para empezar, la CÍA y el Departamento de Estado norteamericano. Hay organizaciones del exilio que también trabajan con esta hipótesis. Una de ellas, el Fórum Revolucionario Democrático Cubano, hizo a finales de 1999 un llamamiento «al pueblo cubano y a los militares para constituir una Junta Cívico Militar que destituya al tirano Fidel Castro y a su cúpula de gobierno, y asuma los poderes de la nación cubana». Un mes y medio más tarde, una organización de la disidencia interior, el Comité Cubano Pro Derechos Humanos, informó de la muerte a principios del mes de enero del 2000 del teniente Ornar Izquierdo Sánchez en los calabozos de Villa Marista, sede de la Seguridad del Estado. Oficialmente, Izquierdo Sánchez fue arrestado por lo menos con otros diez ex militares por un «intento de salida ilegal del país» que se habría saldado con un muerto cuando trataron de apoderarse de una embarcación del ejército para atravesar el estrecho de Florida.
Las informaciones recopiladas por la organización ofrecen una versión estremecedora del trágico final de este veterano de las guerras de Angola, que sirvió bajo las órdenes de Ochoa. Según dicha versión, el ex oficial, de treinta y siete años, sucumbió a los golpes que le infligieron durante los interrogatorios. ¿Qué motivó el ensañamiento de los agentes de la Seguridad del Estado? Según el Comité Pro Derechos Humanos, un presunto complot fomentado por Izquierdo Sánchez para organizar una marcha de protesta que reuniría a cientos de veteranos desmovilizados al regreso de las campañas de África. Siempre según esta versión, el oficial desmovilizado estaba emparentado con un antiguo vicemínistro de Instrucción Política de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, también veterano de Angola, y antiguo miembro del secretariado del Comité Central. A raíz del arresto del teniente, la Seguridad del Estado llevó a cabo investigaciones sobre al menos tres generales jubilados, entre ellos el general Manuel Fernández, antiguo jefe de contraespionaje en el Ministerio del Interior.
El caos (el modelo haitiano) – Das Chaos – das haitianische Modell
«El dolor sobre la nuca fue intenso y breve. Perdió el conocimiento y cayó de bruces sobre su mesa de trabajo.» Así describe la muerte de Fidel Castro el exiliado Carlos Alberto Montaner, en un relato de ficción publicado en el boletín de la Fundación Hispa-no-Cubana. El caos empieza con la bancarrota del Estado. Los testaferros del régimen vacían las cuentas bancarias en el extranjero mientras que las empresas y los organismos financieros se niegan a seguir prestando dinero. El país sólo tiene algunos días de reserva de petróleo, el hambre amenaza a la población. Es la «crisis terminal», escribe Montaner, quien a continuación opta por un final feliz.
«La transición puede empezar en el minuto siguiente a la muerte de Fidel Castro. Si se muere ahora, el caos y la violencia serán inevitables, pues hay demasiados odios acumulados», predice Eli-zardo Sánchez. Para el disidente, «Fidel Castro es el pilar de un régimen que no tiene número dos, ni número tres, ni siquiera Raúl. Sólo él impone ese sentimiento de respeto y miedo a la vez. El modelo cubano está en una fase terminal —pero sin mucha prisa— que puede durar de cinco a diez años, con un desenlace que deseamos pactado, sin violencia, porque debajo de esta capa de frivolidad, de despreocupación, hay un volcán dormido, fuerzas telúricas que se acumulan desde hace décadas, donde cada cubano tiene cuentas que cobrar a cada cubano», advierte Elizardo Sánchez.
Cuba es un pequeño país de once millones de habitantes; La Habana, una capital con tan sólo dos millones de personas. Es decir, que es muy fácil encontrarse con su enemigo, su delator o su torturador, que deambula hoy con la seguridad que da la convicción de estar del lado del ganador. Pero, en el futuro, esta seguridad bien podría volverse ilusoria. «Sin Fidel, nos vamos a fajar a tiros», aseguró un alto dirigente cubano al sindicalista exiliado Eduardo García Moure.
Para Richard Nuccio, antiguo consejero del presidente Clinton para asuntos cubanos, «es muy probable que Castro, al igual que Franco, llegue a los últimos días de su vida en la cama, rodeado de decenas de médicos, dando órdenes hasta el último momento». «La salida biológica»,» como suelen llamarla los diplomáticos norteamericanos, parece tanto dentro como fuera del régimen la más verosímil, aunque algunos —como Elizardo Sánchez— opinan que «resulta muy difícil resignarse a ello, pues eso implica esperar más, por un tiempo indefinido, mientras el país sufre».
Antes de acudir a La Habana para la Cumbre Iberoamericana, el presidente del gobierno español José María Aznar afirmó que ya no creía en un cambio en vida de Castro. Conociendo su aversión por el régimen cubano, era como anunciar con muy poca diplomacia que deseaba la muerte de su anfitrión.
«Los más altos cuadros del régimen lo admiten hoy: "Fidel es mortal"; y añaden: "Estamos listos"», comentó el eurodiputado español Fernando Fernández Martín de regreso de una visita a Cuba en otoño de 1999. No obstante, cabe dudar del estado de preparación del régimen. El Máximo Líder recuerda de cuando en cuando la perspectiva de su desaparición, pero siempre es para alejar el tema. Un chiste asegura que rechazó el obsequio de una tortuga tras enterarse de que el espécimen podía vivir entre doscientos y trescientos años. «No, muchas gracias, de verdad, de ningún modo. ¿Sabe? Uno acaba encariñándose con estos animalitos, y lo pasaría muy mal cuando se muriera», explicó. Fidel Castro sabe que la lealtad de quienes lo rodean depende de su aptitud para demostrar que sigue llevando las riendas. Al primer signo de debilidad inequívoca, en el mejor de los casos habrá una desbandada, y, en el peor, la arrebatiña.
Para algunos analistas, la cultura política cubana está marcada por la violencia, incluso la ferocidad de las pasiones. La experienda democrática cubana, limitada a una docena de años (1940-1952), fue por desgracia demasiado breve para arraigar profundamente en los espíritus.
Las probabilidades de que Cuba se hunda en el caos al desaparecer el Máximo Líder son «superiores al 50 %» si el régimen se obstina en rechazar las reformas, afirma Michael Kozak, que fue jefe de la representación de Estados Unidos en La Habana entre 1996 y 1999. «Habrá venganzas personales—vaticina el diplomático estadounidense—. Una vez que haya acabado todo el despliegue de los funerales, los dirigentes se darán palmaditas en la espalda para demostrar hasta qué punto están unidos; pero después de uno o dos meses... La principal inquietud es que eso provoque tal desastre que obligue a la gente a tomar decisiones desesperadas. Entonces, es posible que haya más ahogados que muertos por balas.»
Todos los pesimistas creen que los ajustes de cuentas sangrientos enlutarán la era poscastro. La guerra de sucesión puede degenerar en una guerra civil y en una crisis migratoria masiva, como ocurrió en Haití. En este ambiente de anarquía y violencia, avivado por las penurias, nada impediría el estallido de la delincuencia más brutal, contenida hoy a duras penas por el aparato represivo. Según estos pesimistas, esto haría muy probable una intervención norteamericana en Cuba, con los exiliados más vengativos siguiendo los pasos de los marines. Es una última paradoja: debido a su obsesión por el poder, Castro, que se presenta a sí mismo como un defensor a ultranza de la soberanía nacional, ¡de hecho va camino de ser el que acabe con ella!
Los que quieren creer aún en la supervivencia pura y simple del régimen después de la muerte de su fundador son a menudo —como Ricardo Alarcón o los pesos pesados del partido, José Ramón Machado Ventura y José Ramón Balaguer Cabrera— los más comprometidos en el ocaso del dictador. Su celo y sus diatribas extremistas los obligan a apostar por una ilusoria y clemente perennidad. Si Castro desapareciera hoy «habría la ausencia de una personalidad de una importancia tremenda, pero no la desaparición de la revolución. No hay que esperar un cambio en ningún sentido», se tranquiliza el presidente del Parlamento, en una entrevista concedida al diario español El Mundo.
El vicepresidente cubano Carlos Lage se cuida mucho de tales excesos en público. No obstante, tiene que jurar fidelidad al mito de la inmortalidad del régimen para seguir en la carrera a la sucesión, que ya está abierta. «Dentro de quince años tendremos en Cuba un sistema socialista cada vez más fuerte, más organizado, más justo», afirmó Carlos Lage al diario español El País en noviembre de 1999. El periodista interroga: «Para usted, ¿quién tendrá el suficiente carisma para sustituir a Fidel Castro?». Respuesta del vicepresidente cubano (que cae en lo grotesco por exceso de prudencia): «El pueblo y el partido».
Fiel entre los fieles históricos, Alfredo Guevara no teme exponer su inquietud a Jon Lee Anderson, de The New Yorker. Este intelectual atormentado aboga por reformas que permitan que sus ideales sobrevivan en Cuba. «Quizá no pase nada, o puede ser que, después de nosotros, haya un período durante el cual nuestros herederos nos critiquen de manera radical, pero creo que más tarde otra generación reivindicará la revolución... Si es que dejamos algo detrás de nosotros», declaró el ex director del ICAIC.
De hecho, el propio Comandante sabe que el régimen no lo sobrevivirá. «Nuestro modelo ha funcionado, pero no se lo recomendaría a nadie, porque nadie podría hacerlo como nosotros lo hemos hecho», admite Fidel Castro ante cuatrocientos economistas llegados de cincuenta países a quienes reunió en La Habana a finales de enero de 2000. Cuando dice «nosotros» se refiere evidentemente a sí mismo. «Lo ideal sería, no que Cuba se incorpore al proceso de globalización, sino que el proceso de globaliza-ción se incorpore a Cuba», dijo también, añadiendo lo inverosímil a lo hipotético.
«¿Cuánto tiempo puede durar aún? Nadie lo sabe», se lamenta también en el semanario neoyorquino de febrero de 2000 monseñor Carlos Manuel de Céspedes, vicario del arzobispado de La Habana, descendiente directo y homónimo respetado del «Padre de la Patria», quien inició las guerras de independencia contra España. «Estoy seguro de que cuando Fidel Castro ya no esté aquí, esto cambiará gradualmente [...]. No creo que Fidel Castro vaya a cambiar. Creo que seguirá gobernando y que morirá ejerciendo sus funciones, exactamente como Franco [...]. Sea lo que sea, hay que evitar el caos a cualquier precio», advierte el prelado, que aboga por un Estado fuerte, sobre todo para apartar de Cuba a la mafia de la droga.
La sucesión dinástica (el modelo norcoreano) – Die dynastische Nachfolge – das nordkoreanische Modell
«En caso de ausencia, enfermedad o muerte del presidente del Consejo de Estado lo sustituye en sus funciones el primer vicepresidente», prevé el artículo 94 de la Constitución. Según esta regla, todo parece claro. El hermano pequeño Raúl «sustituirá» a su hermano mayor Fidel a su desaparición o si es declarado incapacitado para gobernar. Para garantizar la continuidad del poder, al igual que los monarcas y sus herederos, los dos hermanos jamás viajan juntos, a fin de que sobreviva por lo menos uno de los dos en caso de accidente o atentado.
De hecho, esta disposición constitucional puede aplicarse de diversas maneras. Son posibles dos grandes interpretaciones: el primer vicepresidente sustituye interinamente al jefe de Estado (como en Francia, donde es el presidente del Senado quien se ocupa del país en espera de una nueva elección. En Cuba, es la Asamblea Nacional quien nombra al jefe de Estado. O el primer vicepresidente se mantiene en su lugar hasta el término del mandato presidencial (es la interpretación norteamericana). De momento, ninguna exé-gesis oficial ha aclarado este punto de derecho constitucional. Todos coinciden, sin embargo, en decir que la respuesta está determinada en gran medida por la personalidad del sustituto designado.
Con fama de vividor, dicen que en privado Raúl Castro es una buena persona. Le gusta pasar de vez en cuando un fin de semana en la playa de Varadero y suele alojarse en un lujoso hotel, cuya gestión ha sido confiada al Club Méditerranée por Gaviota, el grupo turístico del ejército. Tampoco desdeña la bebida y, a diferencia de su hermano, sabe bailar conforme al cliché del verdadero cubano.
La hija de Fidel Castro, Alina Fernández, habla de su tío con una ternura que de ningún modo manifiesta por su padre. Raúl es muy cariñoso y la ha tenido bajo su benévola protección. Aunque separado de su esposa, Vilma Espín, Raúl se esfuerza por guardar las apariencias en sus relaciones con ella, que desempeña el papel de primera dama cubana a falta del reconocimiento oficial de la unión del jefe de Estado con su compañera Dalia Sotto del Valle.
La poca semejanza de Raúl con sus dos hermanos mayores, Fidel y Ramón, hace correr los comentarios más diversos sobre su nacimiento. Fidel tiene carisma, Raúl no lo posee en absoluto. Para los cubanos, si Fidel es el Caballo, Raúl es el Burro.
Sus discursos son incoherentes —como ocurrió durante una desastrosa intervención ante altos mandos del ejército al principio del caso Ochoa, que se hizo famosa—, o sencillamente lamentables. Puede suscitar un aburrimiento mortal cuando lee la biografía (¡empezando por los tatarabuelos!) de un líder sindical asesinado por los esbirros de Batista, y sembrar igualmente la consternación cuando se lanza a una larga sucesión de retruécanos y bromas cuya trivialidad sólo provoca risas obsecuentes.
De baja estatura y barrigón, el rostro adornado con un bigote algo ridículo, su salud —minada por sus excesos reiterados con la bebida— es frágil, a pesar de ser cinco años menor que Fidel.
Este personaje misterioso sale en raras ocasiones de la sombra de su hermano, quien, no obstante, le ha confiado estos últimos años misiones diplomáticas importantes, principalmente viajes al Vaticano y a China.
En caso de sucesión, lo más probable es que Raúl lo sustituya y confíe muy pronto la dirección de los asuntos a los tecnócra-tas. Comunista de la primera hora (se afilió a las Juventudes Comunistas en 1953, a su regreso de un festival mundial de la juventud en Viena), ha sabido dar pruebas de pragmatismo favoreciendo la reconversión del ejército al sector de la economía. También fue él quien logró convencer a su hermano para que abriera los mercados libres campesinos, después de las protestas de agosto de 1994. «Hoy, el problema político, militar e ideológico de este país es buscar comida», dijo entonces.
«La probabilidad más verosímil no es la de una transición política, sino la de un gobierno de sucesión», con un reparto de poderes que dejaría a Raúl Castro al frente de las Fuerzas Armadas, opina Jaime Suchliki, profesor de Ciencias Políticas y director del Centro de Estudios Cubanos de Miami. Por consiguiente, el puesto de jefe de Estado quedaría vacante.
De momento, sólo el presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular y miembro del Buró Político, Ricardo Alarcón, se ha colocado públicamente en la lista para suceder a Castro en la presidencia. «Si llega el momento lo haría [...]. Creo que puedo contribuir al país con mi experiencia», declaró al periódico El Nuevo Día de Puerto Rico en diciembre de 1997, es decir, sólo algunos meses después de la presunta fecha del problema de salud más grave sufrido por el Máximo Líder. Quizá haya sido esta precipitación lo que lo obliga, desde entonces, a defender posiciones ultraortodoxas...
Apodado «cabeza de cajón» por los maliciosos cubanos, este sexagenario de expresión desdeñosa tiene la reputación de ser el mejor conocedor de Estados Unidos, gracias a su experiencia de doce años pasados en Nueva York como embajador ante las Naciones Unidas. En este cargo, se ocupó de las negociaciones con Washington sobre la migración. Presidente de la Asamblea Nacional desde 1993, está considerado como el «civil» más influyente del entorno de Castro.
Como él mismo señaló en una ocasión, hablando de José María Aznar: «En la vida hay gente que es simpática y gente que no lo es». Alarcón es un intelectual brillante, muy imbuido de su propio valor, lo cual lo vuelve a menudo arrogante y le atrae numerosas enemistades que tendrá que superar para asumir el papel que ambiciona en la era poscastro. Tampoco le faltan bazas para eso. Algunos diplomáticos aseguran que es un experto en materia de doble lenguaje y doble moral. «No está mal, pues eso demuestra que, por lo menos, sabe que puede haber otro lenguaje y otra moral», observa un embajador europeo que, como muchos, no le tiene gran aprecio.
El nombre de Carlos Lage, ya entrado en los cincuenta años de edad, es el que más suele citarse cuando se habla de la etapa pos-castro. El vicepresidente cubano tiene todas las cualidades de un buen alumno: un rostro liso de gesto grave, un historial impecable en el seno del Partido Comunista, y el buen gusto de seguir a Fidel Castro como su sombra sin jamás intentar siquiera colocarse en el centro de la palestra.
«Es él quien todas las noches hace el balance de la "tienda Cuba"», asegura un diplomático destacado en La Habana con una admiración teñida de lástima.
Su calvicie, su silueta un poco encorvada y su gusto por las camisas de manga corta a cuadros lo convierten en el prototipo del tecnócrata a la cubana, un personaje muy distante de los «barbudos» que acompañaron a Fidel Castro en la Sierra Maestra.
Como todos los dirigentes cubanos, Carlos Lage ha de tratar regularmente con la base, desde visitas a fábricas y reuniones sindicales, pasando por encuentros con agricultores de las cooperativas. En estas ocasiones, su personalidad—habitualmente eclipsada por el carisma casi palpable de Fidel Castro— se manifiesta claramente y le permite entablar contactos cálidos y naturales, según testimonian observadores occidentales que lo han visto en acción.
Gracias a una sólida abnegación patriótica y un tren de vida austero, Carlos Lage ha ganado fama de político honrado y exigente. No obstante, en pleno endurecimiento del régimen supo apelar a su imagen de especialista de la economía para evitar excesos. Su rigor ideológico, en todo caso, no le impide atraerse las simpatías de los empresarios extranjeros y hacer gala de pragmatismo en sus funciones, similares a las de un primer ministro. Fue él quien supo convencer en 1993 al Comandante de permitir la circulación de dólares, la moneda del enemigo norteamericano, salvando así in extremis la economía y el régimen cubanos, que se hallaban al borde del abismo tras la desaparición de los subsidios soviéticos. A continuación fue el artífice de reformas económicas muy controladas: autorización de un pequeño sector artesanal privado, apertura a las inversiones extranjeras, promoción del turismo, modernización del régimen tributario y del sector bancario.
Nadie habría predicho tal adaptación por parte de este pediatra formado en las escuelas del régimen. Presidente en 1975 de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU), miembro del Partido Comunista y diputado al año siguiente, se convirtió en primer secretario nacional de la Juventud Comunista en 1981. Descubierto por Fidel Castro, que lo llamó para formar parte de su equipo en 1986, hizo su entrada ese mismo año en el Comité Central del PCC. Siguiendo con su ascensión meteórica, ingresó en el Buró Político en 1991 y fue nombrado vicepresidente del Consejo de Estado en 1993.
En la estela tecnocrática de Carlos Lage, los ministros a cargo de cartelas económicas también tienen su fama.
Marcos Portal León, que cumplió cincuenta años en el 2000, posee a su favot el crédito de haber salvado de la ruina completa el sector industrial, del cual está a cargo desde 1983. Es miembro del Buró Político desde 1997, después de haber integrado el Comité Central como suplente en 1980. Pertenece al círculo de Raúl Castro, lo cual constituye una ventaja evidente en la perspectiva de un gobierno de sucesión en el marco constitucional.
El ministro de Economía, José Luis Rodríguez, y el ministro presidente del Banco Central, Francisco Soberón, suelen completar el «póquer de ases» de los cubanólogos.
La destitución de Roberto Robaina de su cargo de ministro de Relaciones Exteriores en mayo de 1999, lejos de apartarlo definitivamente de la carrera por un lugar en el poscastrismo, ha confirmado su condición de candidato independiente libre del régimen. Gracias a esa destitución, quizá pueda un día atribuir a su coraje político lo que para los otros sería un cambio de casaca demasiado evidente. Robertico (también apodado «garrapata» por su baja estatura, por vestirse de negro y porque estaba siempre pegado al «caballo») puede contar para eí futuro con la vasta red de amistades y de influencia que posee en la isla, compuesta por los cuadros que formó durante su paso por la dirección de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) y que después protegió o favoreció. De su participación en la guerra angoleña ha conservado contactos con los medios militares.
Como es costumbre con los que caen en desgracia, han corrido los rumores más infames sobre él y su mujer: corrupción, tentativa de salida clandestina al exilio, robo de obras de arte, bacanales y un tren de vida lujoso. La vox populi, cuidadosamente alimentada desde los círculos de poder, le ha imputado prácticamente todo.
Oficialmente, conserva su coche oficial y su asiento en el Buró Político, del que forma parte desde 1991. Si eso es cierto, lo más probable es que la principal tarea de su chófer sea vigilarlo y que ya no lo inviten a las reuniones del Palacio de la Revolución. El portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, Alejandro González, se encargó de precisar también que su antiguo jefe había vuelto a la escuela (militar). «Es necesario que haga ahora como yo después del asalto al cuartel Moncada: que reflexione...», se dice que
El pacto de transición (el modelo español) – Der Pakt des Wandels – das spanische Modell
«Todo termina siempre alrededor de la mesa de negociación. Lo único que nosotros queremos evitar es que no se negocie hasta que haya un significativo número de cadáveres de combatientes de la democracia, sean de la democracia socialista o de la democracia a secas», explica Manuel Cuesta Morúa, que aboga por un gobierno de coalición de centro izquierda poscastrista.
La paradoja está en que el viraje exageradamente nacionalista del régimen —para el cual el marximo-leninismo es cada vez más una metodología, un modus operandi, y cada vez menos una ideología— puede favorecer la reconciliación con la oposición moderada. El cesarismo castrista podría así, después de la muerte del dictador, adoptar una salida parecida a la del cesarismo franquista: negociar un pacto de concordia nacional, a fin de evitar una nueva guerra civil.
La Iglesia cubana, que rechaza sus orígenes coloniales y quiere ser resueltamente nacional y patriótica bajo la protección de la Virgen de la Caridad del Cobre, la «Virgen Mambisa», aboga con insistencia por un reencuentro pacífico de todos los cubanos en torno a un proyecto común, y propone sus buenos oficios.
Uno de los textos clave de la disidencia proclama también, citando a José Martí, que «la Patria es de todos», a pesar de que el fiscal que llevó la acusación contra los cuatro autores del texto haya rechazado esta reivindicación con un contundente: «No. La Patria no es de todos. La Patria es de quienes la defienden, es de los revolucionarios».
En Washington, el ex secretario de Estado adjunto para Asuntos Interamericanos, Peter Romero, asegura por su parte que los cuadros del régimen disienten secretamente de la política de Castro y están listos para garantizar la transición. El diario conservador español ABC le preguntó si había identificado «algún interlocutor» en esta perspectiva. «Hay varios [..,] —respondió—. Pero mejor no identificarlos de momento porque sería fatal para algunos.»
El exilio anticastrista radical, que teme pagar el pato en el reencuentro entre la oposición interior y los apparátcbiks deseosos de salvarse, muy probablemente se opondrá a este esquema. Y, aunque su influencia va mermando, su capacidad de incordiar es aún suficiente para hacer fracasar la empresa. Para asociarse a un pacto de transición, sería necesario que los exiliados de Miami dieran pruebas del mismo pragmatismo que los comunistas españoles, que aceptaron negociar con los franquistas a cambio de la legalización de su partido. Deberán principalmente moderar sus exigencias sobre la indemnización por los bienes que el régimen les confiscó, e incluso quizás olvidarlas.
El gobierno de José María Aznar también se ha resignado a esperar la muerte del Máximo Líder, pero quisiera por lo menos verlo preparar a su país para una transición democrática post mor-tem. Antigua potencia colonial, Madrid siente una responsabilidad histórica hacia Cuba y quiere que los cubanos aprovechen su experiencia para mayor gloria de España en América Latina.
En noviembre de 1998, el jefe de la diplomacia española Abel Matutes escogió el Aula Magna de la Universidad de La Habana para impartir un curso magistral sobre la transición a un irritado Fidel Castro.Trazando un constante paralelo entre la España de Francisco Franco y la Cuba de Fidel Castro, el ministro conservador recordó que en 1959 «España estaba totalmente aislada en la escena internacional». Enfrentado a una grave crisis económica, el general Franco «se vio obligado a aceptar un cambio radical de política» cuyo éxito tiene una explicación sencilla: «se permitió el funcionamiento de los simples mecanismos de mercado».
«La España empobrecida y aislada de 1959 fue capaz de introducir las reformas económicas que crearon la España de 1975, con su denso tejido económico y su amplia clase media», destacó Matutes. Además de las reformas, el flujo masivo de turistas en la España franquista «fue un potente motor de transformación, de apertura de mentalidades y de criterios», observó también el ministro español.
Abel Matutes puso el dedo en una de las debilidades esenciales del proceso cubano desde la perspectiva de una transición a la española. La Habana, lejos de liberar las fuerzas del mercado, sólo ha introducido reformas tímidas, que el régimen acepta siempre y cuando le permitan preservar la economía centralizada y el control sobre la población. Al turismo, por su parte, se lo aisla todo lo posible en circuitos, recintos e islotes donde los contactos con la población se reducen al estricto mínimo.
El surgimiento de una clase media, identificada con mucha razón por el ministro español como una de las claves para un pacto de transición, es uno de los grandes temores del régimen, para el cual las clases «emprendedoras» equivalen a clases peligrosas (salvo que se considere que una nomenklatura constituye una clase media). Los arrendadores privados, los gerentes de paladares y los pequeños artesanos son el blanco de los batallones de inspectores, comisarios políticos y agentes del fisco. En Cuba, «Estado socialista de trabajadores» según reza la Constitución, la única manera de enriquecerse tranquilamente es recibiendo dinero de la familia exiliada, es decir, que a uno le paguen por no hacer nada...
La disgregación de la disidencia interior por los embates del aparato represivo, que la mantiene sofocada, y la ausencia de una verdadera legitimidad política dentro del país de las organizaciones de los exiliados dificultarán igualmente un rápido inicio de negociaciones por parte de los herederos del poder.
«No hay democratización automática después de la desaparición física del líder (o de los líderes) del antiguo régimen», advierte Denis Makarov, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Moscú. «Antes de acabar con el modo de vida, con la experiencia acumulada durante décadas, es preciso preparar al pueblo, ayudarlo a aprender la democracia, a comprenderla y a creer en ella», precisa, como lección de sus estudios sobre el proceso de transición de Europa del Este.
A las democracias europeas, que querrían ver a Castro desarrollar la transición en vida suya o al menos prepararla con una apertura económica real y tolerando el surgimiento de una sociedad civil, Fidel Castro ha respondido hasta ahora con una doble negativa obstinada: «¡Imperialistas, abandonen toda esperanza!», es decir, con él no habrá cambio; después de él; en el peor de los
La junta político-militar (el modelo argelino) – Die Militärjunta – das algerische Modell
Pero la naturaleza tiene horror al vacío. Y al ejército no le gusta el desorden, tanto más cuanto que el ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), Raúl Castro, es el sucesor constitucional.
En España, la relativa neutralidad del ejército durante la transición fue garantizada por la integración de los militares españoles en la OTAN (un factor que a menudo no se tiene en cuenta) y, sobre todo, por la presencia del rey, Juan Carlos I, depositario de la legitimidad de una dinastía. Asimismo era el heredero designado por el Caudillo y había sido formado en las academias militares franquistas. Por otra parte, su juventud confería más margen al proceso de transición, del cual salió garante antes de convertirse en su guardián durante la tentativa de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981.
Resulta difícil imaginarse a Raúl Castro desempeñando de forma duradera este papel de moderador del cambio, aun suponiendo que lo desee. La benevolencia de los militares respecto a él ¿no se debe, acaso, a su condición de «Hermanísimo»? Con Fidel Castro desaparecido, parece difícil que los jefes militares cubanos confíen a este jerarca envejecido tanto la nación como la protección de sus intereses, amenazados por cambios ineluctables.
«Tres meses, máximo», pronosticó con severidad el escritor Martín Cruz Smith, autor de la novela Havana Bay. «Raúl [Castro] es el jefe de las Fuerzas Armadas, y eso significa que su trabajo era eliminar a los oficiales que podían suponer una amenaza para Castro [...]. Ése no es un buen método para garantizar la lealtad de las tropas. Una Vez que [Fidel] Castro ya no esté, Raúl parecerá un pollo en espera de que lo desplumen», opina el escritor. «Si yo fuera profesor universitario, matizaría mi pronóstico con toda clase de cautelas. Pero, como soy novelista, voy a decirle exactamente lo que va a suceder —dice Martín Cruz Smith—. Los nuevos dirigentes ya pueden verse en barrios como Fontanar o Nuevo Vedado, en bonitas casas parecidas a las que hay en la Florida, con Ladas rutilantes en la puerta y jardines cercados.» Allí viven los jefes militares transformados en hombres de negocios.
Más allá de la estricta preservación de sus intereses y privilegios, los militares cubanos parecen prepararse para asumir la tutela de la transición con la nueva generación de tecnócratas cubanos.
Esta es, por lo menos, la convicción del diplomático español José Antonio San Gil, quien fue testigo de la última crisis migratoria de 1994 y de los primeros disturbios en las calles de La Habana de la etapa castrista. Ese día se evitó por los pelos recurrir a las Fuerzas Armadas para reprimir a la muchedumbre, lo que ahorró un terrible cargo de conciencia a los mandos militares.
«A decir verdad, se me permitió tratar muy poco con las Fuerzas Armadas Revolucionarias cuando estaba destacado en Cuba —reconoce el diplomático—, pero eso bastó para poder apreciar en el ejército generosidad, sentido del deber y patriotismo de la mejor ley. Aunque su discreción fue siempre impecable, me pareció que tenían plena conciencia de que habrán de rendir servicios de importancia crucial a su país y que el futuro de Cuba depende en gran medida del espíritu con que lo hagan. Así, al menos, lo daba a entender su interés evidente por el papel desempeñado por las Fuerzas Armadas españolas en la transición del franquismo a la democracia.»
Se perfila así cada vez con mayor claridad la posibilidad de un gobierno provisional, de una junta político-militar. Por un lado, los tecnócratas civiles dirigidos por Carlos Lage, capaces de liberar el potencial económico del país (a los que se sumaría probablemente Ricardo Alarcón para tranquilizar a los ultras del antiguo régimen); y por otro lado, para mantener el orden y preservar el complejo militar-económico, el ejército bajo la dirección del general Ulises Rosales del Toro o de su sucesor como jefe del Estado Mayor, el general Alvaro López Miera.
Los «poli-mili» parecen estar en buena posición para preparar a Cuba para un proceso de transición. A fin de obtener la cooperación internacional indispensable para el éxito, el nuevo poder deberá enviar rápidamente mensajes inequívocos. Los primeros pasos habrán de ser indudablemente la amnistía de los presos políticos, el reconocimiento de la libertad de asociación y de expresión, y la autorización del regreso de los exiliados. La convocatoria de elecciones libres sólo se produciría más adelante, en una segunda fase.
El éxito del proceso de transición depende también, en gran parte, de los exiliados anticastristas de Miami. Nelson Amaro, de la Universidad del Valle de Guatemala, compara la acción del grupo de presión cubano que impide el levantamiento del embargo con la de un movimiento guerrillero, si bien considera que los daños económicos causados por el exilio anticastrista son superiores a los de cualquier grupo armado insurrecto. A su juicio, la eliminación de las sanciones norteamericanas se producirá en la medida en que haya cambios democráticos en la isla. «De hecho, el embargo es la única arma potente de negociación que tiene la oposición», opina Amaro.
La verdad es que una junta político-militar podría poner en práctica el mismo modelo de transición que la oposición moderada desea ver instaurado de inmediato por Fidel Castro.
La cuenta atrás se disparó cuando el Máximo Líder se desplomó sobre su atril el 23 de junio de 2001, víctima por primera vez en público de un desvanecimiento. Fueron diez minutos que estremecieron a Cuba y de consecuencias sicológicas difícilmente predecibles. En los círculos del poder apresuraron el paso para preparar una sucesión probablemente ilusoria. Quizá más determinante aún: el período de incertidumbre que se abrió puede asestar un duro golpe a la maltrecha economía de la isla. Los inversores extranjeros han percibido que la «estabilidad» del régimen que ha sustentado sus negocios y garantizado sus préstamos puede esfumarse en un santiamén.
Pero el caudillo cubano se ha negado de momento a ser el reformador de su régimen, y prefiere esperar su fin. Para entonces, Fidel Castro ya no tendrá nada que decir. Serán los cubanos quienes escriban la historia del Máximo Líder. Pero, esta vez, en tiempo pasado.
In Antwort auf:
Welcher Übergang ist der Beste? – Bitte abstimmen!
In der Abstimmung fragst Du nach dem wahrscheinlichsten Ausgang - das ist leider nicht der beste. Ich Tippe auf Bürgerkrieg und/oder Niedergang auf haitisches Niveau. Der einzige Mann der das jetzt bestimmen kann ist der große Führer - und der will das so! Wie jeder anständige Diktaor will er, daß sein Volk mit ihm untergeht!
Ich kann mir übrigens sehr gut vorstellen, daß die Haitianisierung noch unter Fidels Herrschaft eintritt. Irgendwann wird der Kubaboom unter den Pauschaltouristen vorbei sein, (wer spricht heute noch von Kenia?) mögen die auch noch so viele Bettenburgen bauen. Und der erneute wirtschaftliche Zusammenbruch deutet sich schon an!
Hoffen wir das beste!
... uuui das perlt aber wieder!!!
(
Gast
)
#12 RE:Der unvermeidliche Wandel
Das Venezolanische Modell fehlt in der Abstimmung!
Auch eine US Invasion fehlt in der Abstimmung!
gruss
Tocheli
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