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CUBA: NUEVOS TIEMPOS, VIEJAS POLÍTICAS
INTERNACIONAL
CUBA: NUEVOS TIEMPOS, VIEJAS POLÍTICAS
Jesús Gracia Aldaz,
Diplomático. Embajador en Cuba (2001-2004)
La muerte de Fidel Castro abrirá en Cuba nuevas incógnitas, con sus oportunidades y temores, y todo parece indicar que una vez superada esta primera etapa de sucesión tutelada, su hermano Raúl tratará de cimentar su liderazgo sobre una legitimidad propia que hoy no tiene y sobre una sociedad expectante ante los cambios económicos, políticos y sociales.
Aunque en una dictadura como la cubana es difícil conocer las tendencias o las aspiraciones ciudadanas en ausencia de libertades y de información veraz, sí se percibe, tras años de carencias y penurias, una necesidad de mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos. Los cubanos no pueden estar satisfechos con un sistema que, tras muchos sacrificios, todavía no les ha permitido recuperar el nivel de vida que tenían en 1989, al inicio del “periodo especial”. Una encuesta realizada para Gallup en La Habana y Santiago de Cuba a más de 600 personas (con las limitaciones que una encuesta no autorizada puede tener en Cuba), señalaba un descontento generalizado con sus condiciones de vida, a lo que habría que añadir un sorprendente 25% que reclamaba un régimen de libertades y un 40% que desaprobaba a sus dirigentes.
El gobierno revolucionario, en ausencia de libertades, de partidos o de medios de comunicación independientes, siempre ha procurado tener una información actualizada de las reclamaciones de la sociedad para evitar conatos de rebeldía en las penosas condiciones de su economía.
Si Raúl quiere lograr esta legitimidad por la vía de la mejora de las condiciones de vida de los cubanos, posiblemente no sea suficiente con las reformas cosméticas que se han llevado a cabo hasta ahora. La vuelta a la autorización de actividades económicas menores, como se hizo en los 90, o las discusiones en curso sobre la propiedad socialista de los medios de producción pueden servir para tapar algunas fisuras del sistema, pero difícilmente logren resultados duraderos.
El estado de la economía cubana, a pesar de los datos triunfalistas que anualmente pregona el Gobierno, no puede negar una gran carencia de infraestructuras y de bienes de consumo al alcance de los ciudadanos, y problemas como la vivienda, el transporte, o la mejora de servicios de los que tradicionalmente ha presumido el gobierno revolucionario, necesitarán a buen seguro un impulso y un cambio más profundo, para el que difícilmente está preparada la actual dirigencia cubana.
"Raúl tratará de cimentar su liderazgo sobre una legitimidad propia que hoy no tiene y sobre una sociedad expectante ante los cambios económicos, políticos y sociales"
Así, el escenario diseñado para esta fase sin Fidel Castro sería el de unas reformas económicas que permitan al grupo dirigente cubano aliviar la presión social sobre los asuntos que más preocupan y, mientras tanto, mantener el control político como lo han hecho durante los últimos 48 años. Este propósito se verá condicionado por factores tales como el mantenimiento de la cohesión de la clase dirigente cubana en ausencia de Fidel Castro, la habilidad de Raúl Castro para desarrollar un calendario de reformas, las aspiraciones reales de una sociedad reprimida por muchos años, o los apoyos y presiones que la nueva dirigencia pueda percibir desde el exterior.
Las divergencias entre la elite que detenta el poder es un requisito para poner en duda una sucesión en el Gobierno, y dar lugar a una transición democrática. En Cuba, el cambio de Fidel por Raúl no supone un cambio generacional, y buena parte de los dirigentes que rodean a Raúl en las Fuerzas Armadas y en el Partido Comunista son de su misma generación, lo que por lógica no puede garantizar una sucesión de largo plazo. Esta situación puede crear tensiones con dirigentes más jóvenes que han tenido altas responsabilidades junto a Fidel Castro en la “batalla de ideas” o en “el grupo de apoyo al comandante en Jefe”. Hoy, estos dos grupos parecen ociosos por la ausencia de su propulsor, e incluso pareciera que su representante más destacado, Felipe Pérez Roque, ministro de Relaciones Exteriores y en su momento asistente personal de Fidel Castro, no pasa por su mejor momento en el interinato de Raúl. La propaganda oficial reitera sistemáticamente la necesidad de una cohesión de los dirigentes frente al enemigo exterior, pero tras la muerte de Fidel Castro es previsible que estas tensiones afloren y que se produzcan choques sobre los tiempos y contenidos de las reformas.
En cuanto a la habilidad de Raúl para llevar adelante las medidas de reformas necesarias para sacar a Cuba de su marasmo, posiblemente se ha ponderado en exceso su pragmatismo y su capacidad de gestión. En efecto, Raúl, desde la dirección de las fuerzas armadas revolucionarias, ha ido adquiriendo cada vez mayores cuotas de poder económico en las empresas estatales y muy particularmente en el turismo. Sin embargo, todo lo hecho hasta ahora se ha desarrollado en los muy estrechos límites de la economía socialista, sin libertad de mercado, sin derechos de los trabajadores, sin posibilidad de aprovechar las capacidades de producción de Cuba. Está por ver que estas medidas de “buena administración de los recursos”, de búsqueda de la eficiencia en el seno de la economía socialista, sean suficientes para elevar el nivel de vida de los cubanos.
"El escenario diseñado para esta fase sin Fidel Castro sería el de unas reformas económicas que permitan al grupo dirigente cubano aliviar la presión social y, mientras tanto, mantener el control político como lo han hecho durante los últimos 48 años"
Por otro lado, no hay que olvidar que Raúl Castro tiene otro lado oscuro desde sus orígenes, muy alejado de esta aureola de pragmatismo y eficacia. Fue él uno de los primeros comunistas destacados en el seno de la revolución, y el impulsor de una política de alianzas con la Unión Soviética que aún hoy perduran en sus estrechas relaciones con el ejército ruso. Por otro lado, hay rasgos de dogmatismo que se ven en su afán represor de cualquier discrepancia interna, como cuando ordenó cerrar el Centro de Estudios de América, a comienzos de los 90, o su influencia en el mundo de la cultura a través de la revista del ejército, Verde Olivo, uno de cuyos directores, el recordado Pavón, responsable de los nefastos años de represión cultural en los años 70, parece ahora resurgir en un programa de televisión cubana que ha despertado los fantasmas entre una elite intelectual que había logrado en los últimos años un acomodo en el seno de la revolución sin grandes sobresaltos.
Igualmente, la rehabilitación de políticos vinculados a los años de la represión más explícita del Ministerio del Interior, como Ramiro Valdés, también parecen contradecir ese carácter de “buen gestor” que se está atribuyendo a Raúl Castro, como conductor de un cambio suave que permita mantener los logros de la revolución, el primero de los cuales es, obviamente, el mantenimiento del poder.
El cambio social es posiblemente el elemento más destacable de la Cuba de los últimos años. Recientemente señalaba Brian Latell que la apatía de los jóvenes cubanos hacia la política plantea uno de los principales desafíos para el régimen en ausencia de Fidel Castro.
La duración del régimen revolucionario, y la ausencia de reformas visibles en su interior que permitieran una cierta libertad de expresión, ha contribuido a formar una opinión pública hermética, acostumbrada a la doblez y a la corruptela, desde los más altos responsables del Gobierno a los ciudadanos más modestos. Esta situación, unida al cambio generacional (la mayoría de los cubanos han nacido después de la Revolución), hacen que el desafecto por las proclamas y la parafernalia revolucionaria constituya un reto para una dirigencia huérfana del carisma de Fidel Castro.
"Raúl Castro fue uno de los primeros comunistas destacados en el seno de la revolución, y el impulsor de una política de alianzas con la Unión Soviética que aún hoy perduran en sus estrechas relaciones con el ejército ruso"
En su ausencia no son imaginables las concentraciones multitudinarias, los “trabajos voluntarios”, el “estímulo moral” y otros instrumentos movilizadores de la sociedad. Habrá que ver cómo reaccionan los cubanos ante la nueva situación. Si hasta ahora ha habido calma, apatía y expectación, en ausencia de Fidel Castro es muy probable que demandas aplazadas comiencen a aflorar, y la forma de expresión de estas demandas pondrá a prueba la capacidad de gestión de la nueva (vieja) dirigencia en el corto plazo.
Por otro lado, la revolución cubana tiene el dudoso honor de haber producido el mayor número de exiliados de cualquier revolución, con la característica adicional de contar entre sus emigrados a personas de la más variada extracción y concentrada en buena medida en un solo país. Esta diáspora tiene también razonables expectativas de participar en el futuro de Cuba. Si en un primer momento no se han cumplido las previsiones que se hacían de un derrumbe del régimen inmediato o de una oportunidad para el regreso de gran número de cubanos a su país, este aplazamiento no significa que sus esperanzas y reivindicaciones hayan quedado apartadas, y a buen seguro plantearán un nuevo desafío para el gobierno cubano.
El entorno internacional
Si bien la revolución ha seguido por casi 50 años un curso inalterable de transformación de la sociedad cubana y de poder bajo un régimen socialista, el entorno internacional ha constituido tradicionalmente un marco en el que ese designio revolucionario ha encontrado amenazas o apoyos, y que ha servido en unos casos para fortalecer la revolución ante el enemigo exterior o como escenario del internacionalismo revolucionario de Cuba.
Si el conflicto con los Estados Unidos ha constituido el hilo conductor de la Cuba castrista, en los últimos años, la Venezuela de Hugo Chávez, con sus beneficiosos acuerdos petrolíferos y su retórica revolucionaria ha pasado a ser, especialmente a partir de 2002, el principal soporte económico de La Habana y un aliado preferencial en su alianza antinorteamericana.
La actitud de los Estados Unidos tiene una alta repercusión en Cuba, desde los tiempos de la colonia, pasando por la república, y muy especialmente a lo largo de la revolución. Por su cercanía, por su capacidad económica y por la importancia de la comunidad cubana en los Estados Unidos, es indudable que buena parte del futuro de Cuba dependerá del tipo de relaciones que establezca con los Estados Unidos. En este sentido, también para Estados Unidos Cuba ha jugado en los últimos años un papel relevante en su política interna, especialmente a través de la Florida y de la importancia que los políticos de origen cubano tienen tanto en el Partido Republicano como, en menor medida, en el Demócrata.
"La duración del régimen revolucionario y la ausencia de reformas visibles han contribuido a formar una opinión pública hermética, acostumbrada a la doblez y a la corruptela, desde los más altos responsables del Gobierno a los ciudadanos más modestos"
Aunque Raúl Castro ha lanzado, en dos ocasiones durante estos meses, mensajes invitando al diálogo a los Estados Unidos, la reciente visita en diciembre de varios congresistas a Cuba tuvo un resultado decepcionante: no llegaron ni a entrevistarse con Raúl. Hoy por hoy parece que sigue siendo más rentable para el gobierno cubano mantener la imagen de enfrentamiento con los Estados Unidos que buscar acuerdos que permitan mejorar la situación económica y que alivie las penurias de miles de familias divididas por el exilio.
Mientras, la actitud de la administración norteamericana ante la transferencia temporal de poder hacia Raúl ha sido cautelosa, en espera de los acontecimientos que puedan ocurrir a la muerte de Fidel Castro. Las victorias demócratas en el Congreso y en el Senado también parecen indicar que cualquier toma de posición de la Administración Bush en este final de su mandato deberá ser consensuada y difícilmente vaya más allá de matizar algunas de las políticas vigentes actualmente.
Por otro lado, la presencia de Venezuela se hace cada vez más importante en la isla a través del suministro de petróleo en condiciones muy favorables (se habla ya de más de 100.000 barriles de petróleo diarios) a cambio de los servicios de profesionales cubanos en todas las áreas sociales y de gobierno de Hugo Chávez.
Este intercambio económico tiene un trasunto político a través de la especial relación de Fidel Castro con Chávez y con otros líderes revolucionarios americanos, de los que se considera el patriarca. Está por ver cómo funcionará esta relación política en ausencia de Fidel Castro. Raúl no va a sustituir a su hermano en esa tarea de caudillo del socialismo y el papel de Cuba cambiará sustancialmente, al pasar de ser el país que ha venido otorgando el pedigrí revolucionario a lo largo de los años, a ser uno más bajo la égida de nuevos caudillos.
Tanto China como Rusia mantienen hoy relaciones fluidas con Cuba, que se basan primordialmente en intereses económicos, más que en los lazos políticos que mantuvieron en tiempos pasados, pero que en cualquier caso aseguran una cierta garantía en cuanto a la diversificación de sus relaciones comerciales.
"Raúl no va a sustituir a su hermano en esa tarea de caudillo del socialismo. El papel de Cuba cambiará sustancialmente, al pasar de ser el país que ha venido otorgando el pedigrí revolucionario a lo largo de los años, a ser uno más bajo la égida de nuevos caudillos"
En cuanto a la UE, pasados los peores años del denominado “periodo especial en tiempo de guerra”, su relevancia como principal socio comercial de Cuba y como primer inversor ha ido disminuyendo a medida que el petróleo venezolano suplía la carencia de divisas, y el alza del precio de las materias primas hacía que China intensificase sus relaciones con Cuba.
Si la UE no pudo orientar a Cuba hacia la democracia y la economía de mercado cuando más necesarios eran los recursos y los mercados europeos para Cuba, ahora, con una situación más holgada, su margen de actuación se ve más limitado y deberá afinar más sus mensajes para contribuir eficazmente a una transición democrática en Cuba.
Así, el gobierno cubano provisional se encuentra tras unos meses de rodaje en una situación de espera al desenlace final de la enfermedad de Fidel Castro, sin grandes presiones externas o internas que le lleven a proponer cambios o que le obliguen a abrir un proceso de transición política. ¿Qué puede ocurrir tras la muerte de Fidel Castro, y quién puede influir para que el futuro de Cuba depare una transición hacia la democracia y hacia una economía abierta en la que los cubanos tengan las mismas oportunidades de las que disfrutamos en otras partes del mundo?
Afortunadamente el futuro es abierto. No hay bolas de cristal donde mirar un camino cierto, ni siquiera hojas de té en las que leer el futuro de una nación, pero sí que se pueden deducir de las actuaciones que están teniendo los principales actores en esta Cuba del fin del castrismo algunas ideas de hacia dónde va el país o al menos hacia dónde tratan de conducirlo.
Los primeros pasos dados por Raúl y las manifestaciones que con cuentagotas ha ido expresando a lo largo de estos meses apuntan a un estilo de dirección distinto, en el que las instituciones de la Constitución socialista de Cuba volverán a tener las funciones y el desempeño que la asfixiante actividad de Fidel Castro les impedía. Hay un paso de una dirección carismática a otra colegiada, dentro de los esquemas tradicionales de los sistemas comunistas. Se tratará de mejorar las condiciones materiales de los ciudadanos con una serie de medidas que no pongan en cuestión el sistema en su conjunto y que den un poco de aire a una sociedad sometida a todo tipo de privaciones durante muchos años. Y, en el mejor de los casos, más adelante se tratará de pasar a un sistema de economía más abierto, al estilo chino, siempre y cuando se salvaguarde el monopolio del poder para las Fuerzas Armadas y el Partido Comunista.
"La transición, si bien no es cierta, sí es posible. La principal preocupación de los cubanos es la mejora de sus condiciones de vida, pero junto con esto también hay una reclamación de mayores libertades y participación política a la que habrá que atender"
Esto es lo que se espera y lo que apuntan las decisiones iniciales del gobierno provisional, lo que aplazaría la idea de una transición a una tercera fase, una vez consolidadas las nuevas estructuras de poder, y superada la prueba de vivir sin Fidel Castro. En este supuesto, la elite dominante cubana lograría perpetuarse en el poder sin dar lugar a la temida transición que se les va proponiendo desde hace más de 15 años y a la que siempre han prestado oídos sordos.
Sin embargo, este escenario no tiene por qué realizarse del modo que se viene planteando y que desean los dirigentes cubanos y no pocos grupos en Europa y en Estados Unidos. La vida sin Fidel Castro será distinta. Las reacciones, los intereses y los grupos de poder se irán fraguando de un modo hoy desconocido, pero seguramente sin el monolitismo que exige la fidelidad a Fidel.
La transición, si bien no es cierta, sí es posible. Y, para ello, deberán entrar en juego otros actores además de los actuales dirigentes cubanos; para ello, la sociedad cubana debería estar en disposición de participar en la decisión de su futuro. Hoy esta participación está limitada por los estrechos márgenes de unas instituciones no democráticas. Los grupos de Derechos Humanos y los disidentes han mantenido viva durante estos años una oposición al totalitarismo, sin que se les haya permitido entrar en el juego político. Seguramente, como adelantaba la encuesta de Gallup, la principal preocupación de los cubanos es la mejora de sus condiciones de vida, pero junto con esto también hay una reclamación de mayores libertades y participación política a la que habrá que atender.
Uno de los obstáculos para esta participación amplia en el futuro de Cuba está en la falta de estímulos para el cambio en la elite dirigente. Si no se dan interna o externamente estos incentivos para el cambio, la tendencia será a la consolidación de la situación actual, o bien a una exacerbación de las frustraciones económicas y políticas que demanden cambios más bruscos y violentos.
"La exigencia de amnistía total para los centenares de prisioneros políticos y el apoyo a los disidentes que han resistido dentro de la isla son condiciones inexcusables para avanzar hacia una transición democrática"
Ni la hipótesis del enquistamiento en el poder ni la del conflicto serían buenas para el desarrollo de una Cuba democrática y próspera, y por ello es deseable que en esta fase del proceso se dé lugar a una mayor participación de los ciudadanos cubanos y se abran cauces de expresión y participación. La exigencia de amnistía total para los centenares de prisioneros políticos y el apoyo a los disidentes que han resistido dentro de la isla son condiciones inexcusables para avanzar hacia una transición democrática. Sin embargo esto no se alcanzará si no hay presión para que la actual dirigencia opte por el cambio. Ésta es la tarea pendiente a la que la comunidad internacional, y muy especialmente España, debería contribuir junto con los cubanos.
http://www.fundacionfaes.org/boletin/bol...id_seccion=1613
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