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La Habana, un drama cotidiano
La Habana, un drama cotidiano
Leonardo Padura Fuentes (*)
LA HABANA, Abril (IPS). El turista de una caricatura ha viajado por una semana a La Habana y, al regresar a Europa, satisfecho de su experiencia, le comenta a un amigo: "Bebí un mojito, me bañé en la playa, me puse una camiseta con la imagen del Che, me fumé un tabaco, bailé salsa, caminé por La Habana Vieja, le hice el amor a una mulata, saqué fotos en la Plaza de la Revolución y compré algo de artesanía... Ahhhh, estuve en Cuba."
Si el visitante es además fotógrafo profesional, seguramente regresará con la idea de proponerle a una editorial la publicación de un libro de imágenes sobre La Habana, pues no solo habrá captado la arquitectura agreste de la Plaza de la Revolución, sino que llevará consigo decenas de fotos de una ciudad plagada de ruinas, de gentes sudorosas en ómnibus atestados, de mulatas exhibicionistas de dientes blanquísimos y de hombres empecinados en poner en marcha un viejo auto norteamericano de los años 40 o 50 del siglo pasado.
Como pocas ciudades del mundo, La Habana suele ser vista -incluso dentro de ella misma- solo por sus tópicos: la revolución, la pobreza, la alegría o el cansancio de sus gentes, sus edificios derruidos, su malecón (amable o agresivo) o sus niños uniformados y felices asistiendo a las escuelas, según los intereses del que, en cada momento, se aferre a unos u otros tópicos, casi siempre desde prejuicios ya establecidos. El ejercicio de "conocer" La Habana se practica con una levedad y vehemencia difícil de igualar por otras capitales y, sin embargo, muchas veces lo esencial de ella se mantiene inalcanzable para los tópicos y la propaganda, de uno u otro signo político.
Si resulta visible y significativa esa persistente mirada esquemática y prejuiciada sobre La Habana es porque en pocas ocasiones el destino físico de una ciudad (no de un edificio emblemático, ni de un sector con valores históricos o arquitectónicos, sino el de toda una ciudad) ha preocupado tanto a los seres que la viven y, especialmente, a los que la piensan y la aman, como ocurre hoy con La Habana.
El cine y la literatura cubanas de las dos últimas décadas han insistido en la búsqueda de una imagen más profunda y densa de la ciudad. Con las lamentables excepciones que suelen existir, la mirada develadora de los artistas sobre el ámbito urbano ha tratado de sobreponerse a las propagandas limitadoras (a favor o en contra) para llegar a los conflictos que se esconden en el alma de los habaneros y en las paredes desconchadas de los edificios donde nacen, viven y mueren. El resultado, casi siempre, ha tendido a la desolación, a la conciencia de que la ciudad va siendo devorada por sus propias ruinas, al tiempo que un desgaste moral se va adueñando de sus habitantes, con manifestaciones alarmantes de desencanto y desidia, a la vez que un compacto sentido de pertenencia, dignidad y amor.
No parece casual, entonces, que en la actualidad se desarrolle en Cuba un debate (para algunos demasiado tiempo aplazado) alrededor de los avatares sufridos en los últimos cincuenta años por el urbanismo, la arquitectura y la construcción (incluso como profesiones) y se haya colocado al presente y el destino de La Habana entre los puntos de reflexión más agudos y polémicos.
Dentro y fuera de la isla se ha reconocido la obra de preservación y rescate del patrimonio arquitectónico histórico más importante de la ciudad, aglutinado en la llamada Habana Vieja. Esta obra, emprendida con especial fuerza a partir de los años 90 del pasado siglo, se presentó como un reclamo inaplazable para un espacio urbano cuyo deterioro ya no permitía dilaciones. Dirigido por la Oficina del Historiador de la Ciudad, este proyecto de enorme complejidad arquitectónica y social para el cual tampoco han faltado detractores- ha conseguido revertir el deterioro físico del llamado casco histórico, otorgándole una nueva imagen a la ciudad vieja.
Sin embargo, más allá de los límites de la antigua villa amurallada, ni las inversiones, ni el entusiasmo ni las realizaciones han sido las mismas, y los años de desgaste han ido cobrando su precio a los viejos y actuales barrios proletarios de la ciudad hasta colocar a algunos de ellos al borde de un colapso físico, junto al que se ha desarrollado un visible deterioro moral.
Para los urbanistas y arquitectos cubanos los peligros que acechan a La Habana del futuro son múltiples y devastadores si no se emprende una acción drástica desde el presente. Si la ciudad, por condiciones políticas muy concretas, estuvo ajena al desproporcionado y muchas veces mal planificado crecimiento urbano que recorrió las ciudades latinoamericanas en los años 60, y logró conservar su fisonomía de los horrores de una modernidad constructiva que se expresó en autopistas y rascacielos acechados por villas miseria, la inexistencia de soluciones paralelas y, sobre todo, eficientes para la preservación y el crecimiento de La Habana, también son patentes.
La creación de la nueva "ciudad socialista" en espacios donde se arracimaron cientos de edificios multifamiliares, sin respeto por la estética y ni siquiera por el urbanismo, pretendió resolver en las décadas de los 70 y los 80 el problema de la alta demanda habitacional, que nunca ha sido solucionado.
La Habana es hoy, física y humanamente, una ciudad atrapada entre su pasado y un futuro convertido en signo de interrogación. Bajo sus piedras, calles y dentro de sus habitantes se desarrolla un drama esencial y cotidiano que escapa de las retóricas y miradas turísticas o prejuiciadas. La Habana es un dolor, para los que la amamos, la vivimos y la necesitamos, porque La Habana somos también cada uno de los habaneros. Mientras, la ciudad ya construida acusó aceleradamente la falta de atención. El estado lamentable al que han llegado construcciones y vías exige hoy de grandes inversiones que el país no parece en condiciones de realizar. Mientras, miles de familias padecen una convivencia promiscua y los especialistas, por su lado, el justificado temor por un futuro en el que se podría desvirtuar la fisonomía de la ciudad con soluciones emergentes y desesperadas. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Leonardo Padura Fuentes, escritor y periodista cubano. Sus novelas han sido traducidas a una decena de idiomas y su más reciente obra, La neblina del ayer, ha ganado el Premio Hammett a la mejor novela policial en español del 2005.
http://www.eltiempo.com/opinion/columnis...OR-3532315.html
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