Cine cubano en TV: el doble juego de una “política cultural”

Jesús Laó

Bajo el amparo de la “irreversibilidad” de la política cultural de la Revolución cubana (esa que proclamó a los cuatro vientos dicho carácter en aquella pedrada lanzada por el Ejecutivo de la UNEAC a raiz de los sucesos con Pavón y cía) pueden encontrarse las dos caras de Jano, las tres de Eva o vaya Ud. a saber cuántas, pero siempre más de una: el anverso y el reverso, al menos, lo cual deja a las claras que esa política no es sólo así de “irreversible”, sino hipócrita y dual.
Una de las aparentes ventajas de esas “palabras (cruzadas) de los intelectuales” que la posible resurrección de los antiguos censores por varios programas de la TV cubana propició hace algunas semanas, ha sido el inicio del “deshielo” del cine cubano de las últimas décadas en ese mismo medio masivo. Pero de inmediato se verá por qué empleo el adjetivo ´aparente´.
Después de inexplicables años de ausencia de la pantalla grande en la pequeña, han salido en esta última dos filmes recientes de dicha producción: Páginas del diario de Mauricio, de Manuel Pérez (obra acerca del llamado Período Especial) y Suite Habana, de Fernando Pérez (que se acerca a algunos de los tantos seres que sufren, no de pobreza sino de franca miseria en una capital nada turística).
“Todo muy bien”, “por ahí se empieza”, “ya dimos los primeros pasos”, han dicho los más optimistas, pero ¿cómo, dónde?: ambos filmes se han trasmitido en el Canal Educativo, en un programa (Espectador crítico) que sale al aire los sábados a las 8:30 p.m, justo en un horario en que Cuba entera está “enganchada” con la telenovela que trasmite el canal principal (Cubavisión) y que prosigue con el resto de la programación, que incluye de corrido programas musicales, variados y filmes comerciales (de gusto mayoritario) al final de aquella. Está muy claro que es como si la medida no existiera, pues equivale a decir que casi nadie ha visto los filmes por la TV, de modo que la indiferencia reina en los televidentes, sin embargo, no todos se han encogido de hombros.

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Simplememente, se trata del doble juego de esa política cultural “irreversible”:
aparentemente “liberamos” el cine cubano, pero lo hacemos en un espacio, un día, un horario, un canal donde apenas se ve. Solución salomónica: quedar bien con Dios y con el diablo: con los reclamantes, intelectuales, especialistas, simples televidentes (ya tienen su “cine cubano en TV”) y con quienes no quieren que esta producción, que aborda de un modo u otro reales dilemas y problemas de la realidad cubana contemporánea, sea finalmente apreciada por la mayoría.
O sea, como diría el viejo Julio Iglesias, “la vida sigue igual”.
La otra pregunta que se hace Frank (a quien no conozco personalmente pero respeto por su rigor y trayectoria) también se queda corta: no es precisamente (o al menos, no sólo) en el ICRT donde “la ética, el respeto elemental” a tantas cosas, falta: es mucho más arriba, de donde “bajan” tales diabólicas y mefistofélicas medidas, diseñadas con el doble juego, la doble cara, la doble moral que signa casi todo en este país por obra y (des)gracia de quienes nos dirigen.

Ciudad de la Habana
26 de marzo de 2007

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