Hay un proverbio árabe que nos recuerda que los hombres son dueños de sus silencios y esclavos de sus palabras. O, como alguien dijo, es mejor permanecer callado y parecer tonto que abrir la boca y despejar la duda.
«Bufanda, cerveza y putas»
Por MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO ABC Madrid

SEGURO que se han dado cuenta: «Goleo», el simpático león que oficia de mascota del Mundial, va en pelotas de la cintura para abajo. Sin embargo, sus diseñadores no han olvidado cubrirle el torso con una camiseta, lo que hace más enigmático el desnudo de la parte inferior de su peludo cuerpo de fiera inofensiva. No hace falta ser un devoto de Freud para sospechar de la economía indumentaria del muñeco, símbolo ahora de uno de los deportes más viriles del mundo. Y si «Goleo» remite a un modelo humano -los futbolistas, ídolos de las masas- cabría preguntarse si acaso los jugadores de los 32 equipos que van a disputarse la copa de la FIFA van a salir al campo también despelotados.

No lo creo. Lo que sí pienso es que, a partir del próximo viernes, y durante todo un mes, los medios de comunicación de todo el planeta estarán demasiado volcados en el protagonismo del juego y de sus estrellas como para prestar atención a otros personajes menos conspicuos que también acuden -de grado o por fuerza- a buscarse la vida cerca de «Goleo».

Desdichadamente, son pocas las organizaciones o personalidades de relieve internacional vinculadas al fútbol que han levantado la voz acerca del descomunal circo de sexo de pago que se ha organizado en Alemania para «satisfacer las necesidades» de los millones de visitantes (varones, mayormente) que se darán cita en las doce ciudades del campeonato. Todas ellas, por cierto, magníficamente dotadas para el ejercicio de la prostitución: los empresarios de esa floreciente industria han sabido aprovechar la coyuntura gracias a la inestimable ayuda prestada por el Gobierno alemán, que hace unos años decidió legalizar una actividad económica antes vergonzante.

No hay que mezclar las cosas, responden en la FIFA a los que le exigen una toma de posición: nosotros nos ocupamos sólo de fútbol. Lo que no deja de resultar hipócrita, al menos si recordamos las campañas puestas en marcha para erradicar el racismo del deporte: se diría que el combate contra la prostitución y el tráfico de mujeres -se espera la llegada «libre» o forzada de más de 40.000 «profesionales»- es una causa con déficit de corrección política. En el clamoroso silencio del mirar hacia otro lado, resuena la voz de los aguafiestas: como la de Raymond Domenech, el entrenador del equipo francés, de cuya protesta -«van a lograr que el fútbol no sea otra cosa que bufanda, cerveza y putas»- he tomado el título de estas líneas.

Faltan voces mediáticas e influyentes que exijan de autoridades y deportistas una clara repulsa de la explotación sexual vinculada al campeonato. Pero todavía hay tiempo: tenemos un equipo, un entrenador, unos directivos. Sólo faltan sus palabras. Y son muy necesarias: por primera vez el Mundial se va a celebrar en un país en el que la prostitución tiene prácticamente barra libre; con pocas cortapisas, en locales «apropiados», sin crear sentimientos de culpa en el cliente. Descriminalizar al que paga, facilitarle las cosas, es perpetuar un denigrante comercio y fomentar el negocio de las mafias. Para los que creemos que los clientes de las putas explotan a las putas (aunque algunas «trabajadoras del sexo» afirmen que actúan libremente) y que la prostitución es, pura y simplemente, violencia de género socialmente tolerada -y, en Alemania, institucionalizada-, la situación es repugnante.

«Polaca, supertetona, vicio, griego». Este anuncio, u otro muy semejante, pueden encontrarlo en los clasificados de cualquier periódico. Más allá del chascarrillo de tasca a propósito de su lenguaje, pensemos un instante en el tipo de mercancía que ofrece. Pensemos en que hay alguien que se ofrece «libremente», y que alguno acudirá al reclamo del mercado del sexo a buscar su ración a buen precio. Y ahora encendamos la tele, que va a empezar el partido, qué coño.
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Castrocomunismo: Sistema asimétrico de desgobierno que para cada solución tiene un problema.